Volver a casa. Ese sentimiento es el que rondaba por la cabeza –y sobre todo por el corazón– de Abián, uno de los tres invitados que ayer se acercaron por el colegio salesiano de Las Palmas para compartir un rato de vida y experiencias con los alumnos de 2.º Bachillerato. Y es que el padre de Abián, fallecido hace pocas semanas, se educó hace ya mucho entre los patios y las aulas de este colegio…

Abián, al igual que sus otros dos compañeros y José Miguel Guzmán, su educador, venían del Centro Penitenciario del Salto del Negro, en Tafira Alta. Y venían para prevenir (verbo salesiano donde los haya) a nuestros alumnos, no desde elevadas teorías, sino desde la experiencia que les condujo a llevar muchos –demasiados– años privados de libertad. Una reyerta o la necesidad de robar para adquirir una rayita de coca o una dosis de «maría» pudo ser en mas de un caso el detonante para hacer trizas una vida joven…

El estómago se apretaba y las pupilas de más de uno titilaban cuando alguno de los tres «ponentes» hablaba de su familia. De la familia y de cómo debe convertirse de verdad en el centro de referencia para cualquier chaval; de las verdaderas amistades que nunca fallan por más torcido que se vuelva en sendero… y de las que se esfuman para siempre cuando los barrotes de la cárcel te desgarran de la vida; de la dura realidad de la cárcel, frente a ciertas idealizaciones que el cine y determinados medios de comunicación a veces venden; de la sutil tela de araña con que nos van envolviendo las fiestas y las drogas, alcohol inclusive; de la violencia entre hombres y mujeres en las familias…

Más de un alumno salió «tocado», así lo confesaban. Y todos, agradecidos por una mañana llena de experiencias de las que hacen madurar. Pero también doblemente agradecidos por las notas que al final del encuentro salían de la guitarra y de la voz de uno de los invitados, que quiso despedirse cantando por Fito y su Antes de que cuente diez.