Salesianos Las Palmas, junto con el resto de las casas de la inspectoría salesiana María Auxiliadora, lleva desarrollando durante este curso la campaña «Primero los últimos», que quiere poner en el centro de mira a aquellos que más difícil lo tienen en la vida y que, con frecuencia, no están tan lejos.

En este contexto ha tenido lugar durante este fin de semana una actividad que ha servido para que los participantes den un paso más en tomar conciencia de esta necesidad. A iniciativa de la Dirección de la casa salesiana y organizado por el Centro Juvenil Confeti, un grupo de animadores se ha desplazado a Madrid para gozar de 33 El Musical y conocer la realidad de la «Iglesia – Hospital de campaña» que está promoviendo el papa Francisco.

A las 9:00 de la noche del sábado empezaban a sonar, en la carpa instalada en IFEMA, los primeros compases de Jerusalén, la obertura de la magistral comedia musical compuesta por el sacerdote madrileño Toño Casado. En dos horas, 33 El Musical recorre la historia del Jesús de Nazaret adulto, que anuncia el reino de Dios a los más pobres, denuncia los atropellos de los ricos y potentados, y se topa de bruces con la oposición del poder religioso. El final es bien conocido…

 

El musical servía de introducción y marco a lo que de verdad iba a ser el plato fuerte del viaje. El domingo por la mañana esperaba al grupo Álvaro Suárez, responsable del voluntariado en la céntrica parroquia de San Antón. De su mano, los animadores han comprendido qué significa realmente hacer una opción por los pobres, aquellos por cuya dignidad murió en la cruz el protagonista del musical. Atravesar las puertas de cristal de San Antón es entrar en otra dimensión: la de esa «Iglesia – Hospital de campaña» que está fomentando el papa Francisco desde que llegó a la sede de Pedro. El Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz a finales de los sesenta, lo ha comprendido bien.

La mayor parte de los bancos de madera han sido sustituidos por sillones donde varias decenas de vagabundos y pobres de solemnidad duermen y pasan el tiempo al abrigo del frío madrileño. Los bancos que no han sido retirados sirven, adaptados, de mesas de comedor. En las capillas laterales se mezclan estatuas con los santos del barrio de toda la vida, y láminas a imprenta con las figuras de Casaldáliga, Tarancón, el Padre Dimas o Gloria Fuertes. Otras láminas recogen palabras del cardenal de Madrid, Carlos Osoro, bendiciendo la labor de la parroquia. En un confesonario asoma la imagen del Rector Mayor, Ángel Fernández, saludando al papa Francisco. Y en el altar mayor, entre otros, tres mujeres: Madre Teresa, Mamá Margarita y la Virgen de Covadonga alumbrada con luces de neón (como los tubos de los órganos del XVIII).

Anexos al templo, los despachos parroquiales y las salas de catequesis tradicionales han sido transformadas por el Padre Ángel y los voluntarios de Mensajeros de la Paz en salas de curas, botiquines, almacenes, salitas para atender el teléfono de la esperanza y mil servicios más (asistencia jurídica, laboral, médica, de orientación e inserción laboral para jóvenes, documentación y trámites legales…) que la iglesia de San Antón, abierta literalmente 24 horas al día, presta a cualquiera que se acerca.

No hay aplausos entre los feligreses y los vecinos. Más bien críticas, quejas y denuncias a la Policía. Según contaba Álvaro Suárez a los animadores, esta labor es «exigente hasta la extenuación y requiere una fortaleza fuera de lo común». Tampoco hay agradecimiento y palabras amables entre los que son atendidos. Se multiplican las mentiras y engaños, que nacen de una vida destruida por las drogas y años enteros de vida en la calle.

 

Mensajeros de la Paz y el Padre Ángel siguen extendiendo sus brazos para ofrecer algo de dignidad a los últimos. La última apuesta ha sido el Hogar de Oportunidades. Aitor, un joven barcelonés acogido en uno de estos hogares, abría a media mañana las puertas de su casa y la de otros siete chicos de varias nacionalidades a los animadores del Centro Juvenil.

No quedaba más que celebrar la eucaristía, de nuevo en la iglesia. Y comprender –esta vez sí– que hay personas en la Iglesia capaces de hacer realidad el mandato de Jesús de entregar la vida hasta el extremo («Tomad y comed: esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros»), y de encarnar en pleno centro de Madrid sus palabras:

 

Felices serán los pobres del mundo:
su rey es un Dios que les vestirá
de anillos, de besos, de una tierra nueva.
Felices los pobres: Dios será su pan.

Felices serán todos los que sufren:
millones de abrazos les acunarán.
Sanan sus heridas, sus lagrimas, risas,
Felices los tristes, pues ahora reirán.

Felices serán los que no golpean,
los que con su fuerza luchan por la paz.
El futuro es suyo, la tierra es su tierra.
Feliz quien paz busca, paz encontrará.

Felices serán los que la justicia
con hambre reclaman un mundo mejor,
todos los derechos para todo el mundo.
Feliz quien exige justicia y perdón.

Felices seréis felices.
Por fin la vida se iluminará,
se romperá la tristeza.
Sois mil antorchas que van a alumbrar.
El mundo renace, podéis cantar
que el amor como la luz, os salvará.

(Toño Casado, «Bienaventuranzas», 33 El Musical)