La editorial Torremozas, especializada en literatura escrita por mujeres, ha editado recientemente parte de la obra de Natalia Sosa Ayala, en concreto los poemas que conforman su primera etapa de su trayectoria poética. Fueron publicados inicialmente en la revista Mujeres en la isla de 1957 a 1962 y en sus libros Muchacha sin nombre y otros poemas (1980) y Autorretrato (1981). Para esta publicación ha contado con la inestimable cooperación de la profesora Blanca Hernández Quintana, profesora de Lengua y Literatura española en el colegio salesiano Sagrado Corazón de Jesús y en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Con este nuevo texto se recupera una de las voces más significativas de la poesía escrita en la segunda mitad del siglo XX, lamentablemente poco divulgada y conocida hasta estos momentos. Esta edición supone, además, traspasar las fronteras de la insularidad y darle una divulgación nacional.

«La poesía de Natalia Sosa habla de deseos, de miedos, de incomprensión, de búsqueda, de refugio. Su propia obra se convierte en el asidero desde el que da cobijo a su experiencia vital atrapada, sin quererlo, en un cuerpo incomprendido. La literatura, más allá de sus valores estéticos y artísticos, manifiesta una visión del mundo y un contenido social e individual que transciende al texto. Y su obra denuncia la amenaza de un mundo que la obliga a negarse y a emprender un proceso de aceptación en una sociedad que la oprime y la encasilla», afirma la profesora Hernández.

En efecto, «Natalia Sosa se acerca a la poesía para construir su identidad en un sistema que le reprocha su homosexualidad y para encontrar un lugar desde el que ubicarse en el mundo –prosigue la doctora en Filología Hispánica–. De alguna forma, su poesía trastoca el orden moral y social, construye un desorden simbólico necesario para dar voz a la diversidad, a la pluralidad. El vacío y la nada que la habitan se convierten, a lo largo de su producción literaria, en una representación real que le concede una existencia desde la abyección.  Consciente de su diferencia, crea códigos con los que descifrar su identidad estigmatizada a los ojos de una sociedad que siente absurda».

«La poesía de Natalia Sosa apela a lo diferente como elemento enriquecedor e incorpora alegorías de lo no-normativo para otorgarle una existencia, porque es necesario verbalizarlo, nombrarlo, para constatar y reclamar su existencia. Sus versos no envejecen y, lejos de estancarse, la autora continúa indagando en sus siguientes obras en la búsqueda de códigos lingüísticos y metafóricos hasta erigirse en una representación simbólica, necesaria para reivindicar la pluralidad y las voces que reclaman otras formas de amar y de estar en la sociedad, necesaria para romper con la mezquina estabilidad de lo unidimensional», concluye Blanca Hernández.